-Eres una burócrata sentimental- dije pausadamente, aunque mientras oía mis propias palabras ya sabía que tendría que pagar por ellas.
Ella lo negó, en virtud a una serie de argumentos que expuso concienzudamente sobre la mesa (en concreto los puntos 3, 4 y 5 de la normativa de abril de 2004 para la justificación de la necesidad de una discusión, y todo el decálogo del código deontológico de las personas que arreglan sus problemas civilizadamente, mediante la palabra).
Luego,
como había incurrido en una falta calificada como casi-grave según el tribunal de la baja autoestima, me indicó, muy seria, que debía pagar por ello una pequeña multa.
Rellené por triplicado el formulario de petición de disculpas y se lo presenté, adjuntando una fotocopia compulsada de mi sinceridad, y dos fotos tamaño carnet de mi arrepentimiento.
Redacté un certificado que enumeraba una a una todas las virtudes que en realidad mi consciencia le atribuía a su persona, demostrando así que la contradicción que existía entre la ofensa realizada y mi opinión verdadera se saldaba a su favor.
Acudí con todo ello a la ventanilla indicada durante tres días, en los cuales tuve que soportar con fingida paciencia inquietantes esperas hasta que su sonrisa más forzada me decía "hoy no va a poder ser. Vuelve mañana".
Cuando por fin admitió toda la documentación presentada, la archivó dentro de una carpeta y me devolvió sin mirarme una hoja con su firma y sello en la que exponía que el tribunal competente estudiaría el caso y decidiría la cuantía de la multa a pagar.
La respuesta me llegará en tres meses.
No hay plazo ni medio para una posible apelación.
(Relato de Rocío Rico Serrano-Avecilla)
0 comentarios:
Publicar un comentario